Por: Iván Hernández, IMT
La desigualdad en la participación laboral de las mujeres y su menor remuneración relativa, en comparación con los hombres, representa una de las principales fuentes de inequidad de género en los países de América Latina. Si bien es cierto, que la brecha de participación laboral se ha reducido en las últimas tres décadas, dicha reducción ha sido apenas de siete puntos porcentuales a nivel mundial, por lo que se vuelve necesario analizar cuáles son los factores que influyen en la participación laboral femenina para diseñar políticas públicas que ayuden a eliminar estos obstáculos.
México, es considerado el segundo peor país de Latinoamérica en cuanto a inserción laboral de las mujeres. La razón principal de ello es el reducido acceso a trabajos formales, aunado a que en muchos casos se ven orilladas a perseguir un horario flexible que les permita además, cumplir con las tareas del hogar.
Por tanto, las mujeres (en un alto porcentaje) prácticamente cumplen con una doble jornada laboral, aunque solo una de ellas es remunerada, pues el cuidado de hogar y sus integrantes no se paga, a pesar de que es un trabajo que requiere fuerza corpórea para realizarlos.
“Si el trabajo de cuidados se dividiera entre hombres, mujeres, Estado y empresas, se podrían repartir de una manera mucho más equitativa esas tareas y no recaerían sobre las mujeres; de esta forma, ellas podrían mantener un trabajo remunerado de mejor calidad”, mencionó Alexandra Haas, Directora Ejecutiva de Oxfam México.
Si bien existe una serie de convenios internacionales de la Organización Internacional del Trabajo en materia laboral y violencia en los espacios de trabajo, para cerrar la brecha existente, es importante que se efectúen experiencias concretas e inspecciones laborales para determinar si dichas pautas se cumplen, explicó Haas.
Otro gran proyecto es el Sistema Nacional de Cuidados, en el que todavía hace falta superar las brechas de financiamiento. Sobre todo, es importante recalcar que su inexistencia provoca que las mujeres se mantengan en trabajos precarios y no contribuyan a la economía como podrían hacerlo dada la potencia de su fuerza laboral.
Es posible el cambio, pero éste debe ser sistémico. “Yo creo que el movimiento feminista tiene una capacidad de movilización y un vigor increíble”, concluyó la Directora Ejecutivo. Hay que aterrizar las políticas públicas para escoger de manera autónoma y especifica el apoyo que mejor convenga: laboral, educativo y de salud.
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