
Por: Iván Sánchez, Sales Manager LATAM, Infoblox
Durante los últimos años hemos visto un crecimiento importante de las amenazas y ataques en materia de ciberseguridad, tanto en número como en sofisticación. En 2022 hemos visto como las campañas de ransomware se han multiplicado y sofisticado, muchas de ellas vinculadas a los escenarios de inestabilidad geopolítica actuales.
Así mismo, el phishing ha saltado la barrera del correo electrónico para atacar al usuario en uno de sus terminales de uso preferido, el teléfono móvil, y ha evolucionado a smishing. El objetivo prioritario de todos estos ataques es el dato, susceptible de ser explotado para realizar estafas financieras o de cualquier otro tipo.
Las organizaciones se defienden reforzando sus controles de seguridad, esto mediante la orquestación de sistemas y mejorando la visibilidad sobre lo que sucede en sus infraestructuras, pero al mismo tiempo los actores de amenazas también lo hacen. Por tanto, en 2023 veremos nuevas y más estrategias sofisticadas y metodologías de ataque, orientadas a burlar sistemas de seguridad corporativos avanzados, como sistemas de autenticación multifactor (MFA) de detección y respuesta automática (EDR) o la gestión de identidad. En este contexto, la monitorización preventiva en DNS y la inteligencia de amenazas sobre campañas emergentes serán fundamentales para combatirlo.
Frente a este panorama la mayoría de las empresas van a apostar por una estrategia basada en diferentes líneas de acción: prevención temprana, uso de tecnología de Inteligencia Artificial predictiva, automatización de la respuesta ante amenazas, mejora y orquestación del stack de seguridad para incrementar la resiliencia, minimizar el impacto en caso de ataque y garantizar la continuidad de las operaciones de negocio.
Tradicionalmente la prevención se ha basado en el uso de sistemas independientes, desde firewalls hasta filtrado de correo electrónico o sistemas de prevención de intrusiones a sistemas basados en detección y respuesta, pero hoy día esto ya no es suficiente. Dado lo sofisticado de muchos ataques, se necesita ir un paso más allá, y disponer de sistemas capaces de anticiparse a la existencia de una amenaza, incluso a aquellas que son totalmente desconocidas. En 2023 veremos un creciente uso de tecnologías de AI y ML para identificar e incluso prevenir un ataque antes de que se produzca, y también impedir la ejecución del código malicioso.
Una vez identificada una amenaza, la rapidez en la respuesta es fundamental para minimizar el tiempo de duración del ataque y así limitar al máximo el impacto en el negocio. Pero es imposible hacer esto de forma manual, ya que la respuesta debe de ser inmediata.
La mayoría de los departamentos de TI no cuentan con las herramientas o el conocimiento para dar respuesta a ataques sofisticados, por lo que durante este se incrementará el uso de sistemas de respuesta automatizados e inversión en sistemas de investigación y/o atribución de amenazas sobre actores o ciberdelincuentes.
Por último, mejorar el conocimiento del entorno (sin perímetro) y la visibilidad va a ser crítico para crear una postura de seguridad más sólida. Esa información ha de ser práctica, capaz de alimentar un motor de análisis y que a su vez pueda ser utilizada para lanzar acciones automatizadas de remediación.
Una organización resiliente es aquella que tiene una postura global de ciberseguridad sólida, y esa es la aspiración de muchos CEOs a nivel mundial. Según un informe de Gartner, para 2025, el 70% de CEOs encuestados tienen previsto desarrollar e implementar estrategias de resiliencia corporativa, no sólo frente a las ciberamenazas, sino también frente a otras amenazas, como inestabilidad social o política. En todo ello la seguridad de las infraestructuras críticas será esencial.
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